Individuo y colectividad
Acracia, Agosto 1887
Hoy que los pueblos tienden a perder sus caracteres peculiares
para seguir la corriente uniformadora de la civilización, las diferentes
escuelas fundadas por el pensamiento incurren en el mismo error, y se tiende a
dar a la sociedad un brillo y una grandiosidad colectiva en que el individuo
vivirá sumergido en el gran todo sin garantías que pongan a salvo su perfecta y
absoluta autonomía.
Pretende el absolutista volver a aquellos gloriosos tiempos de
Carlos V y Felipe II en que por el predominio de nuestras armas no se ponía el
sol en los dominios españoles; esfuérzanse los partidos liberales por dar a las
naciones dominadas por la burguesía capitalista el esplendor que alcanzaron
durante el apogeo monárquico; sueñan las democracias con la fundación de
repúblicas poderosas en que por la belleza de sus monumentos, la grandiosidad
de sus obras públicas y la exuberancia de su producción brille refulgente la
majestad del pueblo; hasta las escuelas socialistas rinden tributo a la preocupación
de la gloria colectiva teniendo en poco al individuo con tal de presentar su
sociedad ideal engalanada con los resplandores de la grandeza, desconociendo
todos que el brillo colectivo que oculta la miseria moral y material del
individuo es un despreciable oropel.
Imagine el lector una pila de monedas cuyo total sea 100, por
ejemplo: si la mayor parte son falsas el valor de aquellas 100 unidades es
ficticio y por nadie será aceptado. Del mismo modo si una nación ostenta
exuberante producción, rico comercio, ejército poderoso, solemnes y aparatosas
instituciones políticas para encubrir un proletariado sometido a la
explotación, y de sus veinte o veinticinco millones de habitantes resulta una
parte mínima que vive en un buen medio mientras la inmensa mayoría hállase
reducida a un nivel inferior, el brillo de aquella nación será falso para el
pensador que juzga a Ias naciones por el fondo de justicia que pueda contener
su constitución.
En toda clasificación científica el individuo ha de tener los
caracteres esenciales de la especie, y, por tanto, el hombre es el tipo de la
humanidad.
La consecuencia lógica de este principio es que toda agrupación
humana ha de hallarse constituida de manera que entre la unidad y el conjunto
exista perfecta y justa relación; de modo que las condiciones esenciales de
vida y desarrollo físico y moral del individuo no se hallen menoscabados en
manera alguna por la colectividad, antes por el contrario ésta seca como el
resumen completo de aquéllas.
Es imposible separar en lo humano la idea individuo de la colectividad. El individuo
necesita de la colectividad para alcanzar la plenitud de su ser, y la
colectividad necesita de los individuos, no sólo para formar número, sino para
reunir el conjunto de iniciativas, actividades e inteligencias que en bien de
las unidades y del grupo puedan hacerse.
Si por abstracción separásemos estas dos ideas inseparables, y
quisiéramos desligar al individuo de todo lazo social, como al par que le
quitásemos deberes sociales le quitaríamos los correspondientes derechos, le
llevaríamos al estado salvaje, en el cual no haría absolutamente nada por sus
semejante, hallaríase desligado de toda sujeción y dependencia, pero sólo
tendría para el cultivo de su inteligencia sus propias y exclusivas observaciones,
y para atender a sus múltiples necesidades corporales, el limitadísimo producto
de su propio y único trabajo, con lo cual viviría ignorante y miserable por
todo extremo.
Si por el contrario quisiéramos construir una sociedad brillante y
poderosa que por sí misma atendiese a las minuciosidades de su vida interior y
a los grandes prestigios del exterior, y cuya organización fuese tan perfecta
que su mecanismo llevase su acción a todas partes, distribuyendo la savia de la
vida por todas las jerarquías sociales, llegaríamos a formar una sociedad como
alguna de las que en la antigüedad existieron, o daríamos vida a alguna de las
utopias comunistas, pero con toda su grandeza esa creación, por no responder al
principio fundamental de toda sociedad, por reducir al individuo a la condición
de simple átomo que vive por y para la vida de un todo, sería un monstruo tan
falto de realidad como los creados por la fantasía de los artistas en las
grandes concepciones de ornamentación.
Tiene el hombre grandes aptitudes: puede analizar cuanto le rodea
llegando a sorprender la vida hasta en las más remotas y ocultas cavidades en
que radica; puede conocer la ciencia, la sustancia y la constitución de todas
las manifestaciones de la vida; tiene conocimiento exacto de la mecánica
universal; puede elevar su inteligencia a la concepción de la verdad en lo
físico y en lo moral, del mismo modo que por la imaginación concibe la belleza
forjando las más brillantes producciones artísticas; pero todo ese poder
hállase supeditado a una condición esencialísima: la asociación. Por ella el
individuo se circunscribe a producir en la esfera de su propia especialidad;
por ella se aprovecha de las observaciones y de los conocimientos de sus
semejantes contemporáneos y precedentes a través de los siglos y de las
distancias; por ella cambia los productos de su actividad con los de todos los
miembros sociales y provee a las múltiples necesidades de su existencia.
También la piedra sumergida en el abismo de la cantera donde se formara tiene
un modo de ser informe y abrupto, pero pulida por la mano del trabajador y
colocada en combinación con otras por la dirección inteligente del artista,
forma el admirable monumento que desafía las injurias del tiempo y causa la
admiración de las generaciones.
La colectividad y el individuo:




